sábado, noviembre 06, 2010

¿Dónde estará el Primer Mundo dentro de diez años?

Globalización. Bonito palabro. Llevamos tiempo hablando de este concepto y de las implicaciones (no siempre positivas) que lleva asociadas. Estamos en un mundo cada vez más global, lleno de oportunidades en el que los cambios se producen cada vez más rápidamente. Los avances tecnológicos, sobre todo en tecnologías de la información, están acelerando de forma exponencial estos procesos de cambio. Es apasionante participar en primera persona de estos avances porque, desde mi punto de vista, la tecnología es el detonador para esta explosión de cambio global, pero esa es otra historia sobre la que me gustaría escribir en otro momento. Ahora quiero centrarme en las consecuencias de este nuevo entorno y en cómo estos cambios globales que estamos experimentando afectarán, sin ninguna duda, al “estado del bienestar” en esta nuestra vieja Europa.

Hace unas semanas, asistiendo a un programa de formación en el ESADE, tuve la oportunidad de asistir a una charla que nos regaló Javier Santiso sobre el reordenamiento de la riqueza hacia países emergentes. Fue una de esas charlas que recordaré durante mucho tiempo y que me hizo estar los dos días siguientes dándole vueltas a la pregunta que titula este post: ¿Estaremos en el primer mundo dentro de diez años? Más que nada, porque si la respuesta a esa pregunta no es rotundamente afirmativa, quizás sea el momento de ir haciendo maletas.

Algunos de los datos que se mostraron en esa conferencia dan que pensar. Son indicadores que apuntan hacia un movimiento de la riqueza desde los países desarrollados (OCDE) a los países emergentes, sin tomar estas dos categorías de forma absoluta, ya que encontraremos múltiples ejemplos de países que pertenecen de pleno derecho a ambas categorías, como Chile, miembro de la OCDE desde mayo de este año y claramente una economía emergente, y dicho sea de paso, con mucho que enseñar a economías supuestamente más desarrolladas en Europa.

Algo innegable es que el crecimiento económico en la actualidad se concentra en Latinoamérica y Asia, y que el gap de crecimiento existente entre el crecimiento de los países desarrollados y los emergentes cada vez es mayor.


Esto tiene consecuencias inmediatas: los países desarrollados están alcanzando niveles de deuda muy preocupantes, mientras que los emergentes acumulan reservas financieras derivadas de su crecimiento. En dos décadas, la tortilla se ha dado la vuelta. Mientras que en 1990 la proporción de reservas acumuladas entre países emergentes vs desarrollados era del 20/80, en la actualidad es del 63/37.

Otro dato para analizar: si comparamos la prima de riesgo de deuda soberana de países de ambas categorías, podremos ver que la de Irlanda es mayor que la de Marruecos, o la de Italia mayor que la de China, o la de Reino Unido mayor que la de Arabia Saudí. Las cosas están cambiando, y muy rápidamente.

Si miramos a las empresas, la capitalización de empresas radicadas en países emergentes está sobrepasando ampliamente a la de gigantes europeos en todos los sectores. Algunos ejemplos: Itau sobrepasó en 2009 a BNP Paribas, China Mobile a AT&T, Tata a General Motors, Bradesco a BBVA, Gazprom a E.On... y así un largo etcétera.

Estamos observando cómo se da la vuelta al panorama inversor internacional. Actualmente hay muchos movimientos de inversión de empresas de la zona emergente en gigantes consolidados de la zona “desarrollada” y, por otro lado, se está desarrollando un merado Sur-Sur cuando tradicionalmente el mercado de inversión había pivotado sobre un esquema Norte-Sur. En 1990, el mercado Sur-Sur suponía sólo el 25% del mercado de inversión mundial. En el 2009, este mercado supone el 40%.


Mención especial para Brasil. Su crecimiento en los últimos 5 años ha sido arrollador. En la actualidad, más del 50% de la población total del país pertenece a la clase media; un 10% más que hace 5 años. 20 millones de personas (10% de la población) han alcanzado en estos últimos cinco años el nivel de 7.500 USD de ingresos anuales. Y lo más importante de todo, los jóvenes y las mujeres son los grandes contribuyentes a estas cifras de incorporación a un mejor nivel de vida.

Está claro que tanto Brasil como Latinoamérica tienen importantes retos por delante en materia de educación, sanidad y seguridad, pero la consecuencia lógica del crecimiento de las clases medias es un mayor asentamiento de las democracias en países donde históricamente han sufrido autocracias, tal y como ya vimos en Europa y particularmente en España hace décadas. Y las democracias traen consigo estabilidad política y social y una reducción significativa de la corrupción, que es el principal problema de muchos países latinoamericanos en estos momentos.

Una cosa tengo clara: el estado del bienestar que conocemos en Europa tiene los días contados. El mejor regalo que le podemos hacer a nuestros hijos no será una licenciatura o pagarles un colegio bilingüe para que hablen perfectamente inglés (todo ayuda, claro). Posiblemente sea convertirles en ciudadanos de un mundo global educándoles para moverse allá donde haya oportunidades. Lo van a necesitar.

Y otra cosa tengo clara: esa educación se la tendremos que dar cada uno siendo ejemplo para ellos. Como nos fiemos de la política educativa de nuestro actual gobierno, lo llevamos claro. Con la que viene y nuestros hijos aprendiendo catalán, la historia del País Vasco (no la de España) y la geografía de la Comunidad de Madrid. Somos unos paletos. O nos ponemos las pilas, o nuestros hijos lo llevan crudo.

En resumen, quizás vaya siendo hora de cambiar muchos estereotipos y empezar a pensar que muchos países que hasta hace poco considerábamos tercermundistas, nos están adelantando por la izquierda, y mucho más rápidamente de lo que nos creemos. Tal vez sea hora de plantearse hacer las maletas ahora que es fácil y antes de que nos veamos obligados a hacerlo cuando sea más difícil.

martes, marzo 09, 2010

¿Y si no tuviéramos sábados y domingos?


Hace un tiempo leí una reflexión de Martín Varsavsky sobre la forma en que hemos organizado nuestro tiempo. En un primer momento me pareció una idea un tanto peregrina por irrealizable, pero me hizo pensar con esa tranquilidad con la que piensas en las cosas que no son posibles, sin que te preocupe lo que tienes que hacer para ponerlo en marcha. Lo comparto contigo porque me pareció original y porque, después de darle vueltas, creo que sería una opción más que aceptable para aumentar la productividad de una Europa con los días contados tal y como la conocemos ahora (somos mucho menos productivos que otros pueblos y no nos estamos adaptando bien al cambio).

La reflexión trata sobre las razones astronómicas para dividir el tiempo en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años. Hay razones astronómicas que justifican todas las divisiones excepto una: la semana.
¿Por qué la semana tiene siete días? ¿Por qué no seis o cinco? Estoy seguro que cualquiera es capaz de encontrar varias respuestas a estas preguntas en tres minutos consultando en Google o en Wikipedia. De hecho, los franceses ya tuvieron una semana de 10 días que abolió Napoleón y los rusos otra de cinco e incluso de seis (por eso de eliminar el Domingo como día del Señor). Pero ésa no es la pregunta clave de la reflexión. La pregunta clave es: ¿Por qué descansamos dos días y trabajamos siete? ¿Es ésa una buena organización del tiempo?

Ahí va un escenario prácticamente irrealizable para que le des una pensada: ¿por qué no hacer semanas de seis días, descansando dos y trabajando cuatro? La idea se complementa con una complicación más: dividir a la población en tres grupos de forma aleatoria de forma que todos los miembros de una familia pertenezcan al mismo grupo, pongamos grupos alfa, beta y gamma. Cada grupo descansa dos días concretos de la nueva semana de seis días diferentes a los de los otros dos grupos, de forma que, por turnos, siempre hubiera un grupo descansando y dos trabajando.

Si lo piensas, tendríamos muchas ventajas:
  • La primera es evidente: descansaríamos la tercera parte de nuestra vida. Más tiempo para dedicarle a nuestras familias, hobbies o lo que cada uno quiera que haga con su tiempo libre.
  • No se pararía la máquina de producción. Con el sistema actual, dos días de cada siete se detiene la producción de todo el continente, salvo los sectores dedicados al tiempo de ocio de los ciudadanos. Con este planteamiento, tendríamos una producción continua y haríamos un uso más exhaustivo del capital invertido, por lo que aumentaríamos la rentabilidad no sólo de nuestro trabajo sino de las inversiones y del capital en global.

  • No habría atasco de fin de semana, cosa que nos atrae fuertemente a los que vivimos en grandes urbes. Probabilísticamente hablando, saldrían un tercio de coches de las grandes ciudades cada inicio de fin de semana alfa, beta o gamma.

  • El sector terciario no estaría dimensionado para picos, ya que, de nuevo, con la ley de probabilidades en la mano, todos los días de la semana serían fin de semana para alguien, por lo que la demanda de servicios sería uniforme (o con pequeñas desviaciones) a lo largo de un mes concreto.

Las implicaciones prácticas de poner esto en marcha serían inmensas, pero tendría ventajas evidentes. No sería una tarea fácil y, en un primer análisis aparecen infinidad de complicaciones obvias:

  • La forma de repartir a la población en los tres grupos.

  • Desviaciones aleatorias que favorezcan a un grupo frente a los otros en factores importantes para la economía como poder adquisitivo, o nivel de educación.

  • Organización productiva dentro de las empresas (sobre todo PYMES) donde no haya volumen de trabajadores suficiente para que la combinación de los tres grupos sea homogénea.

… y muchas más que se te ocurrirán si le das un par de vueltas a la idea, pero reconoce que las dos ventajas principales, son de calado.

¿Te imaginas empezar el fin de semana el jueves por la tarde?