
- La primera es evidente: descansaríamos la tercera parte de nuestra vida. Más tiempo para dedicarle a nuestras familias, hobbies o lo que cada uno quiera que haga con su tiempo libre.
- No se pararía la máquina de producción. Con el sistema actual, dos días de cada siete se detiene la producción de todo el continente, salvo los sectores dedicados al tiempo de ocio de los ciudadanos. Con este planteamiento, tendríamos una producción continua y haríamos un uso más exhaustivo del capital invertido, por lo que aumentaríamos la rentabilidad no sólo de nuestro trabajo sino de las inversiones y del capital en global.
- No habría atasco de fin de semana, cosa que nos atrae fuertemente a los que vivimos en grandes urbes. Probabilísticamente hablando, saldrían un tercio de coches de las grandes ciudades cada inicio de fin de semana alfa, beta o gamma.
- El sector terciario no estaría dimensionado para picos, ya que, de nuevo, con la ley de probabilidades en la mano, todos los días de la semana serían fin de semana para alguien, por lo que la demanda de servicios sería uniforme (o con pequeñas desviaciones) a lo largo de un mes concreto.
Las implicaciones prácticas de poner esto en marcha serían inmensas, pero tendría ventajas evidentes. No sería una tarea fácil y, en un primer análisis aparecen infinidad de complicaciones obvias:
- La forma de repartir a la población en los tres grupos.
- Desviaciones aleatorias que favorezcan a un grupo frente a los otros en factores importantes para la economía como poder adquisitivo, o nivel de educación.
- Organización productiva dentro de las empresas (sobre todo PYMES) donde no haya volumen de trabajadores suficiente para que la combinación de los tres grupos sea homogénea.
… y muchas más que se te ocurrirán si le das un par de vueltas a la idea, pero reconoce que las dos ventajas principales, son de calado.
¿Te imaginas empezar el fin de semana el jueves por la tarde?